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Conmoción

Murió Ángel Mahler, el alma sinfónica de Drácula y los grandes musicales argentinos

El compositor falleció este domingo a los 65 años luego de transitar una dura enfermedad. La triste noticia fue confirmada por la cuenta del director de orquesta en sus redes sociales

En la madrugada del domingo 25 de mayo de 2025, el mundo del teatro musical argentino quedó mudo. Ángel Mahler, compositor, productor y director de orquesta, falleció a los 65 años luego de una dura batalla contra un melanoma metastásico que avanzó rápidamente en su cuerpo desde que fue internado el 29 de abril por una grave descompensación derivada de un derrame pleural. La noticia fue confirmada por su entorno desde las redes sociales oficiales: "Se fue en paz, acompañado por el amor de su familia".

Fue una despedida serena, pero no silenciosa. Porque Mahler, como pocos, supo dejar en la historia una estela sonora. Un legado que vibra con cada acorde de Drácula, el musical, su obra magna, y se proyecta en cada puesta de teatro musical que en la Argentina soñó con ser más que un reflejo de Broadway.

"Lo mejor está por venir", decía su estado de WhatsApp. Una frase que parecía flotar entre los pentagramas de su vida. La pronunció con convicción en una entrevista con Teleshow tres años atrás, en medio de una etapa intensa de trabajo y renovación. Era fiel a su propio credo artístico, a esa inercia vital que lo empujaba siempre hacia adelante, aun después de tres décadas con el mismo título: Drácula.

El niño que a los siete años se maravilló con una ópera en el Teatro Colón, llevado de la mano por sus padres, nunca abandonó esa mirada encantada. "Lo que descubrí me volvió loco", recordaba. Ellos querían que fuera ingeniero; él, en cambio, les confesó que no podía traicionar lo que ya ardía en su interior. "Me apoyaron totalmente, aún sin saber cómo iba a vivir", decía, agradecido.

Su legado, inconmensurable y eterno

Mahler también fue ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, cargo que aceptó con la misma entrega con la que dirigía una orquesta. En cada función, cuando levantaba la batuta y escuchaba el primer acorde, sentía una certeza: "Qué fantástica fue mi vida".

"Insistir", repetía como una clave. No rendirse. No dejar de jugar. Porque para él, la música no era solo trabajo: era juego, infancia prolongada, territorio de libertad.

Hoy Damián y Emanuel, sus hijos, lo despiden. A ellos les transmitió no solo una pasión, sino una forma de entender la vida. "A los chicos les digo que escuchen reggaetón, pero que también vayan a ese lado que me hizo feliz".

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