La seño Laura se retira dejando un legado que ninguna lágrima puede borrar
Después de más de cuatro décadas entregadas a la docencia, la maestra jardinera Laura Fernández dice adiós a las aulas con una despedida cargada de emociones y el cariño de miles de alumnos.
En la intimidad de su hogar, Laura Fernández se calzó el guardapolvo con un nudo en la garganta. Frente al espejo, intuía que ese día no sería uno más. Respiró hondo y se encaminó hacia el comedor donde esperaba su marido, Ricardo, listo para llevarla a la escuela. No era lo habitual que él la acompañara, pero algo en el aire del Colegio Juan Fanzolato de Rawson le dijo que hoy iba a ser especial.
Al entrar al aula saludó con su clásico "Buen día mis Pichones", y la respuesta no tardó: "Buenos días Seño Pichona". Las horas transcurrieron entre juegos y cantitos, pero cuando el timbre sonó, algo distinto comenzó. Los chicos se retiraron rápido y en el silencio que quedó, Laura sintió que las emociones se desbordarían. Cerró su portafolio, miró una última vez su aula y las lágrimas comenzaron a rodar.
Entonces, lo que parecía dulce, se convirtió en un pasillo de recuerdos: desde los más grandes de sexto grado hasta los más pequeños, todos la esperaban con un grito común, "Seño Laura, Seño Laura". Besos, abrazos y risas hicieron que la despedida fuera un torbellino de sentimientos. Afuera, dibujos y un ramo de flores aguardaban para cerrar un capítulo, con la familia al lado, su esposo y sus hijas, Agostina y Lourdes, sostenían ese abrazo interminable.
Pero la jornada no terminó ahí. La emoción se repitió en el Colegio Medalla Milagrosa, donde casi 200 alumnos acompañaron con gritos y lágrimas la despedida de esta maestra que también soñó con tener "un jardín de infantes en casa", comenzando así su famoso Pastorcitos de Fátima.
A sus 60 años y con más de treinta años dedicada a esta vocación, Laura cuenta sin vueltas: "Siempre quise ser maestra jardinera, aunque a mi mamá no le gustaba la idea. Me recibí de profesora de declamación, pero el destino y mi cariño por los chicos me llevaron por este sendero que nunca abandoné. Me preguntan por qué ser docente si ganamos poco, y les respondo que si quisiera plata estudiaría otra cosa. Yo elegí esto porque me encanta".
Su corazón guarda historias que la atraviesan, como la de aquel alumno cuyo dolor compartió cuando falleció su mamá y más tarde su papá: "Lo acompañé como pude. Muchas veces vino a casa. Estas son las cosas que hacen que uno siga adelante, aunque a veces no entendamos bien."
La seño Pichona, como la llaman cariñosamente, dejó huellas en más de dos mil niños y niñas que hoy son adolescentes y adultos. Las emociones la invaden al recordar el acto final de 2024 cuando alzó en sus hombros a Franco, un niño con autismo severo, en un instante que quedará para siempre en el corazón de todos.
Ahora que guardó el guardapolvo en el placard, Laura Fernández deja las aulas, pero sin dudas, jamás sacará de su memoria el amor y el respeto de miles de pichones que llevaron su nombre con orgullo en sus corazones.