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Cine: Un robo distinto

Mente Maestra: La película que te muestra que no todos los ladrones de arte son un "cerebro criminal", ¡ni cerca!

Olvidate de los atracos espectaculares. La nueva de Kelly Reichardt nos mete en la vida de un tipo común que se mete en un quilombo zarpado con el arte.

Mente Maestra: La película que te muestra que no todos los ladrones de arte son un "cerebro criminal", ¡ni cerca!Crédito: Infobae

Es que J.B. Mooney, el protagonista interpretado por O’Connor, está lejísimos de ser un "cerebro criminal". Este exestudiante de arte, ahora carpintero sin laburo y con familia, es de lo más mediocre que hay. No tiene ni astucia, ni rapidez mental, ni el más mínimo sentido común para planear un robo grande, de esos que vemos en las películas.

Justamente por eso, "Mente Maestra" se sale del molde. Acá no hay explosiones, persecuciones ni efectos especiales para inflar la acción. Reichardt elige contar la caída lenta y melancólica de un hombre que comete un error tonto y, poco a poco, lo va perdiendo todo, como si se cayera por una montaña en cámara lenta. Todo esto ambientado en el Massachusetts de principios de los "70, cuando no había cámaras de seguridad por todos lados para enganchar a cualquier pobre alma que se mandara una macana.

El plan de J.B. es simple: robar cuatro cuadros de un pintor que estudió en la facultad. Para el golpe, les da a sus cómplices, que son tan amateurs como él, unas pantimedias para usar de disfraz. El día del robo es un desastre: la escuela de los chicos está cerrada, así que los deja en un shopping con unas monedas y la promesa de volver a buscarlos. El robo en sí es tan poco espectacular que ni te das cuenta. Los tipos con las medias en la cabeza se llevan el botín, sin música dramática ni autos a toda velocidad. Un cómplice se descontrola y amenaza a una piba, bajan corriendo, golpean al guardia y se suben al auto como si nada.

Pero ahí es donde empieza el verdadero quilombo. La película no va del robo, sino de cómo las decisiones de este hombre, sin la más mínima autoconciencia, le van arruinando la vida. ¿Pensó cómo iba a vender los cuadros? Ni eso. Los esconde en un silo sucio y, obvio, no pasa mucho tiempo antes de que alguien hable de más. Pronto, J.B. está a la fuga, pero nadie lo quiere ver: ni su esposa furiosa, ni sus amigos. Solo recibe la visita de unos mafiosos locales que, claro, no están muy contentos.

A medida que se queda sin plata, sus opciones se achican, y sus ideas también. Ni se le ocurre cambiarse el peinado o afeitarse la barba para pasar desapercibido. Aunque no lo creas, O’Connor logra que le tengamos un poquito de lástima, aunque sea una pizca. El elenco secundario está perfecto, aunque Alana Haim, que hace de su esposa, no tiene mucho tiempo en pantalla. Su escena más emotiva es por teléfono, cuando su marido le pide plata después de disculparse por arruinar a la familia.

Reichardt nos mete en el contexto de la Guerra de Vietnam, con protestas callejeras y todo, pero a J.B. Mooney, nuestro ladrón sin arte, la verdad es que no le importa un pito. Parece que lo único que le interesa es sobrevivir, pero ni siquiera para eso se puso las pilas, tomando decisiones descuidadas que lo llevan a un final abrupto pero, hay que decirlo, bastante justo. Así termina la historia de este ladrón sin causa que, al final, quedó hecho pelota.

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